miércoles, 9 de noviembre de 2011

Castillo Mayor: sarrios, jabalies y el espectro de Brocken

El Castillo Mayor, como Peña Montañesa, Erata, Peña Canciás o el Tozal de las Comas, entre otros, es uno de esos miradores imprescindibles del Pirineo central, que compensan su modesta altitud con una situación privilegiada. Separados hacia el sur de los grandes macizos y asomados directamente a los valles, dominan los amplios espacios en los mapas donde, al menos hasta hace un tiempo, desarrollaba su actividad tradicional el elemento humano de la cordillera.



Como una verdadera fortaleza que se hubiera levantado en el punto culminante de la divisoria entre los valles de los ríos Aires y Yaga, se yergue sobre los bosques, barrancos, cotos, pastos, ruinas y bancales que separan Añisclo y Pineta. Geológicamente se trata de un pliegue sinclinal elevado, con una curiosa forma de libro abierto hacia el sur cuyas paredes norte caen cortadas a pico varios hectómetros sobre Escuain.  Al igual que su homónimo jacetano, el Castillo de Acher, esconde en la parte alta un valle colgado, delimitado por un reborde rocoso bastante más prominente en el lado septentrional, donde se encuentra la cumbre.




En las pendientes superiores del Castillo, el piso calcáreo está fisurado continuamente por lapiaces, surcos de disolución con bordes agudos, cubiertos de matorral en algún sector. Su pequeño tamaño no plantea en este caso problemas serios para la progresión, que en buenas condiciones resulta hasta divertida. Se trata de ir eligiendo el mejor camino por encima del laberinto, y no dentro de él, sobre una roca estable y adherente. Sin embargo, pueden resultar peligrosos para personas poco habituadas o fatigadas, y para cualquiera con nieve. Tampoco es muy conveniente almorzar aquí, ya que las víboras encuentran un hábitat ideal en el lapiaz.





El mejor punto de partida para su ascensión es la bifurcación de carreteras comarcales (a Bestué por la izquierda y a Escuain por la derecha) que se encuentra poco después de sobrepasar la aldea de Puértolas. Empezando a andar por el ramal de Bestué, arranca por la derecha a los 100 metros una senda bien enmarcada que sale a un claro y luego sigue en la misma dirección, ascendiendo sin pérdida hasta el pie de la muralla por un auténtico túnel en el bojedal. Hasta este punto puede subirse de forma más directa -y probablemente más penosa- a partir de la pista que circunda por el sur la montaña, con origen también en la carretera de Bestué.



El punto flaco de la pared se salva por sólidas lazadas que se continúan, tras un breve tramo boscoso, por una rampa con matorral y moderada pendiente que precede ya la inesperada aparición del valle colgado, con la loma cimera enfrente. Este punto de salida a los altos Llanos del Castillo Mayor está señalado por una balsa con paredes empedradas, útil como referencia para el regreso. De aquí a la cima hay varias posibilidades, pero por comodidad y vistas, se recomienda evitar el trazado directo y rodear la cresta por uno u otro lado, o incluso en sentido circular para una mayor variedad.




Si se opta por este rodeo circular, es preferible hacerlo en sentido contrario a las agujas del reloj, ya que el ascenso por el E (hacia nuestra derecha según llegamos al valle) aprovecha un cómodo sendero que remonta una canaleta tendida para ganar la cresta en un falso collado, con las primeras vistas de vértigo al valle del Yaga. El lapiaz que nos separa de la cima por este lado es más grueso y con más matorral que en la ladera W, por lo que es mejor subirlo que bajarlo.






Aunque esto fuese ya cuestión de suerte, la elección de esta ruta nos regaló una visión inolvidable para un excursionista: el ascenso a media mañana de la neblina cada vez más densa desde las profundidades de Escuaín produjo un nítido espectro de Brocken de nuestras siluetas iluminadas por el sol, que duraría un buen rato. Un momento mágico y tal vez irrepetible, curiosamente entre Tella y Puértolas, dos de los lugares con más historias brujeriles de Aragón, y en la víspera de Halloween, qué cosas. 







La morfología del Castillo no admite demasiadas variantes para la bajada, pero parte del grupo decidimos aventurarnos en busca de una que conocemos por la Guía del Sobrarbe de Carlos Tarazona Grasa: el barranco o canal de Comapuarta.  Para ello, tras dejar la cima, continuamos  sin perder mucha altura por la cresta, en dirección a su otra elevación destacada hacia el W, la Peña l’Ombre (1989 m). Poco antes de llegar a ella, encontramos a nuestros pies un pequeño y evidente anfiteatro que desagua en una canal que parece practicable, con paredes verticales por la derecha.  Mientras estiramos el cuello intentando ver más abajo, tenemos un encontronazo con un grupo de sarrios poco acostumbrados según parece a ver senderistas porque huyen despavoridos, alguno de ellos hacia el incipiente barranco.






No es que pensemos que podemos bajar por donde lo hacen ellos, ni mucho menos, pero esto nos anima un poco para afrontar el fuerte desnivel inicial. Unas trazas sin salida, más protegidas por el boj, atraen hacia la pared rocosa, pero tras los titubeos iniciales, comprendemos que hay que mantenerse siempre cerca del eje diáfano de la vaguada, alcanzando pronto una gravera menuda por la que se pierde rápidamente altura. La comodidad termina al aumentar la vegetación en la parte inferior de la canal, que además no baja del todo seca. Ha llovido bastante estos días, y más aún desde que Carlos Tarazona publicase su interesante guía en 1996, el hecho es que actualmente no queda ni rastro de sendero.






Por suerte tampoco hay grandes saltos de agua, y sólo en una ocasión tenemos que desviarnos unos metros hacia la vertiente izquierda para destrepar un pequeño escalón húmedo, y seguir por pasadizos entre el follaje que de alguna manera nos devuelven al cauce más abajo. Estamos cerca de la salida, y tras la pelea final con un muro arbustivo de gruesas raíces que cierra el paso, nos encontramos  ya con la pista que cruza en este punto el curso del barranco hacia el río Aires. Tan solo queda seguirla cuatro o cinco kilómetros hacia el E (izquierda) para llegar a la carretera asfaltada de Bestué, y poco después a los coches.







¿Quién dijo que andar por pista está mal? Como pateadores curtidos, no es que llegásemos a pasarlo mal del todo en esta bajadita -colofón de una jornada otoñal y de un puente festivo en general con muchos y muy buenos ingredientes-, pero tal como nos la encontramos, únicamente nos atreveríamos a recomendarla a gente como nosotros –y sólo para una vez-, a jabalíes en general, o a nuestro peor enemigo...


       

No hay comentarios: