domingo, 16 de enero de 2011

Multiaventura en Masca

El día después del intento al Teide nos reservaba una excursión excepcional, variada y relativamente suave. El barranco de Masca es imprescindible para todo andarín de visita en Tenerife, sobre todo si se combina la subida en autobús hasta el punto de partida, el descenso por el barranco hasta el mar, y el regreso en barco hasta el puerto donde dejamos el coche: aventura en estado puro.


Masca es un caserío aislado en la comarca montañosa de Teno, adonde no llegaron las pistas forestales hasta los años 70. Su red de senderos rurales constituía por ello hasta hace bien poco, más aquí que en otros lugares, una verdadera necesidad. Los cabreros de Teno todavía recorren veredas entre los riscos siguiendo al ganado, igual que lo hacían los guanches. La comarca ofrece una flora muy rica con diversos tipos de vegetación (pinar, bosque de laurisilva y la del piso basal o costero), que se está recuperando al parecer tras el deterioro que produjo su anterior aprovechamiento agrícola.


El macizo de Teno tiene un origen volcánico anterior a la formación del Teide. Se localiza en el extremo noroccidental de la isla por encima de Los Gigantes, paredes rocosas que se alzan verticalmente de 500 a 800 m. sobre el nivel del mar, en el término municipal de Santiago del Teide. Al sur de los acantilados se encuentra el complejo turístico denominado también de Los Gigantes, así como el Puerto de Santiago y la Playa de La Arena.



Nuestra idea es precisamente dejar el coche aparcado en el Puerto de Santiago y tomar la guagua 325 que sube por empinadas laderas hasta Santiago del Teide, para enlazar allí con la 355 hasta Masca. Esperando a esta última tendremos tiempo de tomar un café, visitar el pueblo y charlar con un santiagueño que se muestra algo asustado por nuestra intención de recorrer el barranco tal día como hoy, en el que se anuncian lluvias. Los locales suelen hacerlo por lo visto en verano, y nos advierte no tanto de un posible aumento rápido de caudal como del peligro de desprendimientos.


La guagua 355 es más bien un microbús, que de otro modo sería incapaz de maniobrar en la vertiginosa pista asfaltada que desciende a la aldea de Masca, en una terraza asomada al barranco. La lluvia arrecia en las ventanillas y nos obliga a buscar cobijo rápidamente debajo de un gran drago al llegar a la parada. En estas condiciones, sería una tontería meterse en cualquier barranco, así que nos damos por satisfechos con el pintoresco viaje hasta aquí, entretenidos con la habilidad de los conductores y la variedad de forasteros y lugareños que se mezcla en las guaguas. De hecho, consultamos el tablón con los horarios de vuelta. Pero el día todavía no ha terminado...


Para hacer tiempo, bajamos junto a la iglesia y después por una escalinata con piso deslizante por la lluvia hasta el mirador de Morro Catana. Vamos en pos de un grupo de turistas con bastones de tienda de recuerdos, alguno de ellos calzado con tenis y otros con botas de montaña de alquiler en las que, como si fueran de esquí, puede verse en el talón el número escrito con rotulador. Para sorpresa nuestra, los espera un guía que les aconseja antes de iniciar el descenso. No es el único grupo que baja y hay incluso algunos niños, todo lo cual y un cielo que parece abrirse por momentos nos anima a seguir a la comitiva.


Aun mojado, el piso de roca con algo de grava suelta al principio, no ofrece dificultades, aunque se agradecen los bastones.


A la marcha lenta impuesta por delante, llegamos enseguida al eje del barranco, que cruzamos por un puente metálico nuevo.


El antiguo de madera desapareció en el incendio de 2007, cuyos efectos se reconocen también en los troncos negros de las palmeras.


En épocas más secas, los incendios deben ser temibles en estos barrancos frondosos e inaccesibles, que se comportan como auténticas chimeneas.


Poco después del puente, el sendero se horizontaliza. No es difícil, aunque algunas cornisas sin baranda, los cruces del torrente y la búsqueda de los pasos más sencillos entre los grandes bloques del cauce (marcados casi siempre por hitos) requieren atención.


Todavía recibiremos otro par de chaparrones, pero la intensidad de la lluvia nunca es preocupante. Los paredones se van cerrando por arriba para formar unos estrechos que recuerdan un poco a los de Beceite, aunque aquellos son menos sinuosos y no tienen cardones, verodes ni tabaibas.



Apreciamos mejor la belleza del lugar al quedar prácticamente solos en terreno de nadie, tras ir adelantando posiciones entre personas que se detienen para descansar o reagruparse.



Más adelante, la avanzadilla de los que vienen en sentido de subida nos anuncia ya la proximidad del mar. Cerca del final todavía tendremos que ayudar a una turista extranjera en serios apuros para superar un resalte.

La playa de Masca resulta ser un estuario de rocas negras cerrado por acantilados, con un pequeño embarcadero en el centro. Turistas desembarcados allí y quienes llegamos por el barranco, cada vez en mayor número, vamos ocupando desordenadamente las rocas en espera de las lanchas de regreso.



Con mayor o menor decisión, somos casi los únicos en damos un chapuzón junto al embarcadero, cuya escalera metálica parece el único lugar seguro para entrar en un mar bastante revuelto.



Después del baño y del almuerzo, todavía tendremos que esperar un buen rato hasta poder embarcar, a pesar de tener reserva previa para una determinada hora.


La avería de una de las dos motoras que van y vienen desde el puerto, con capacidad para 35 personas, la afluencia de caminantes y el estado del mar producen cierta incertidumbre en el rescate, para el que serán necesarios unos cuantos viajes.


Los guías intentan colar a sus clientes y el embarque progresa lentamente, acercando la motora su pasarela de proa al embarcadero con cada golpe de mar, para que uno o dos de nosotros pasemos rápidamente a ella antes de su retroceso. Una zodiac vigila de cerca el proceso, por si alguna indecisión en el momento crítico pudiese terminar en remojo...


El viaje de vuelta al Puerto de Santiago pasa al pie de Los Gigantes, pero los pasajeros de más adelante tenemos bastante con vigilar las duchas que se nos vienen encima de vez en cuando, debido al vaivén de la proa. Hay que aferrarse bien al pasamanos (sobre todo alguno que hizo la mili en la marina), mientras los alemanes miran divertidos desde atrás y contienen a duras penas las risitas...


Pero todo el día ha merecido mucho la pena, incluyendo la espera junto al embarcadero, donde bajo una luz cambiante tuvimos siempre a la vista la isla de perfil montañoso que visitaremos mañana: La Gomera...

(fotos de luisfergo y nachete)
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